miércoles, 31 de mayo de 2017

Neuroética ¿feminista?

¿Es necesaria una neuroética feminista o particularmente atenta a consideraciones de género? La respuesta a esta pregunta es sí y no. Sí, en tanto que la discusión ética sobre la neurociencia por lo regular sigue dejando de lado o considerando como moralmente irrelevantes algunas cuestiones que afectan de forma muy negativa a las mujeres. Sin embargo, la respuesta también es no por las siguientes razones. El término neuroética feministaimplica que hay otro tipo de neuroética, también aceptable y legítima, que no lo es. Sin embargo, considero que cualquier ética, incluida la neuroética, debe cumplir con ciertos requisitos, entre los cuales se encuentra el análisis crítico del trato que obtienen las mujeres en la práctica en cuestión. Es decir, en última instancia, el ideal no es una neuroética feminista ni una neuroética que no lo sea; una buena neuroética debe ser crítica y cuestionar todo tipo de prejuicios y prácticas científicas problemáticas, incluidas por supuesto las de género. Realmente, el hecho de que todavía necesitemos articular y defender la importancia de una mirada de género, ya sea tanto en la discusión neuroética como en la bioética en general, no es sino una indicación clara de que estas disciplinas no están cumpliendo el papel crítico que deberían cumplir o por lo menos no lo hacen de un manera completa.
Ahora bien, en este caso concreto, es relativamente fácil concluir que la ciencia es androcéntrica y que como tal perjudica a las mujeres. Pero también resulta muy peligroso hacerlo, dado que de alguna manera esta conclusión termina reforzando la idea que las mujeres son anticiencia (¿esperable dado lo que se conoce de su cerebro?). Pero, más que peligrosa, es sobre todo una afirmación falsa. La advertencia que proviene desde el feminismo según la cual ciertos resultados científicos son sesgados no implica ni debería llevar a negar la importancia de la biología ni del conocimiento científico (Roy 2011). Vidal, por ejemplo, destaca que su cerebro de los hombres sin duda difiere del de las mujeres: el cerebro controla las funciones reproductivas, las cuales tienen que ver con la intervención de sistemas hormonales y comportamientos sociales diferentes. Sin embargo, para Vidal el punto importante es que tales diferencias biológicas no se traducen en diferencias cognitivas, y que pensar que lo hacen es señal de la importancia que tienen en la sociedad ciertos prejuicios que debe ser rechazados.
No hay duda de que existen estereotipos que la ciencia muchas veces refuerza al publicar resultados que no son conclusivos o al difundir los resultados científicos como si fueran concluyentes sin aclarar que el conocimiento del cerebro es muy limitado, aunque sea fascinante. No obstante, reconocer esto no debe implicar asumir una actitud antagónica frente a la ciencia, ni sugerir que ciertos tipos de investigación sobre el cerebro tanto de mujeres como de hombres deben ser abandonados. Abonar una actitud en general anticientífica terminaría en realidad atentando contra un objetivo feminista importante: el de hacer visible a la mujer en su unicidad y diferencia.21 Considerando que la investigación biomédica por lo regular ha desatendido a las mujeres y su bienestar, con frecuencia tomando a los hombres como representativos de la especie humana, no tendría sentido que se abandone un tipo de investigación que puede ser beneficiosa (Beery y Zucker 2011). Y sin duda puede serlo, por ejemplo, si se lograra mostrar que existen diferencias sexuales en la incidencia y síntomas de algunas enfermedades del sistema nervioso, por lo cual existiría el potencial para mejorar el diagnóstico y tratamiento de condiciones que posiblemente afecten más a un grupo que al otro (Tovino 2011).
La consideración de los temas planteados muestra la necesidad de abordar las neurociencias y sus resultados de manera crítica, entendiendo que la neurociencia es un tipo de actividad que surge de un contexto histórico particular, cuyo desarrollo se ve estimulado por factores socioeconómicos y que puede partir de paradigmas de interpretación e intereses muy específicos. Nótese que esto no necesariamente lleva a la postura de que no existen verdades objetivas, sino más bien a la necesidad de revisar algunos de los supuestos que influyen en la ciencia del cerebro y que deben ser articulados para que no distorsionen justo aquello que se busca conocer.
Un punto importante a considerar es que tanto los científicos que realizan investigaciones sobre diferencias sexuales como la sociedad misma identifiquen cuál es el objeto que se persigue cuando se abordan estos estudios. Buscar conocimiento sobre diferencias sexuales para entender condiciones como la depresión posparto y la psicosis, y así diseñar mejores tratamientos (algo que sin duda beneficiaría a muchos), es muy distinto a buscar diferencias que solo sirvan para justificar inequidades sociales o prejuicios generalizados (Roy 2011). Es verdad que es inusual encontrar científicos que lleven a cabo estudios para justificar desigualdades sociales.22 Sin embargo, es necesario que todo científico reconozca que algunos de sus resultados pueden ser utilizados para abonar los prejuicios o estigmatizar a grupos sociales como las mujeres, los homosexuales, los pobres o los enfermos mentales.23 Por ello, es crucial que los científicos mismos tengan una mínima conciencia de cuáles son los presupuestos de su investigación y el potencial que tiene esta de ser mal usada y de producir daño a otros. En ese sentido es útil enfatizar las limitaciones de los estudios y hacer evidentes las condiciones bajo las cuales se obtiene evidencia, y destacar que cada interpretación parte de supuestos que pueden estar abiertos a discusión. Varias pensadoras han notado que los estudios que muestran diferencias sexuales son más fáciles de publicar que los que no muestran diferencias. Quienes llevan a cabo estos estudios deben entender que este hecho también funciona inadvertidamente para avalar diferencias estigmatizantes.

Por último, es necesario analizar el cruce de la ciencia y la difusión de sus resultados. ¿Cómo se comunican los resultados al público?24 ¿Quién transmite la información y cómo lo hace? Muchas veces el público recibe información de artículos periodísticos escritos por quienes por lo regular no saben demasiado sobre las cuestiones de producción e interpretación científica planteadas. Asimismo, el público tiende a valorar por principio todo lo que sea científico, pero al mismo tiempo, por motivos entendibles, no todos poseemos la formación necesaria como para descubrir supuestos dudosos y las consecuencias moralmente indeseables de la aplicación y difusión de cierto tipo de conocimiento. Dadas las cuestiones sobre las cuales la neurociencia avanza, es importante facilitar el diálogo entre científicos y el público, pero, para que sea fructífero, este diálogo no debe ser uno que perpetúe mitos sobre lo que la ciencia hace y puede hacer, ni que aun justifique de forma indirecta prácticas que ya de por sí son muy difíciles de erradicar.

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