miércoles, 31 de mayo de 2017

Las diferencias sexuales y la discusión neuroética

Develando la neuroética

Antes de plantear el encuentro entre la perspectiva de género y la neuroética, es necesario hacer una breve presentación de la neuroética en general y, en particular, indagar los distintos modos en que la ética se relaciona con la neurociencia. Para ello es útil tomar como punto de partida el ya clásico bosquejo de Adina Roskies, para quien la ética y la neurociencia se pueden combinar en dos planos: en el del quehacer científico en sí y en el de la búsqueda de las bases neurobiológicas del razonamiento y la decisión moral.
En el primer plano —que Roskies llama “ética de la neurociencia”— caben, a su vez, dos tipos de cuestiones. En primer lugar están aquellas cuestiones que dentro de la práctica neurocientifica se preguntan por los aspectos éticos del diseño y la realización de los distintos estudios que se llevan a cabo. Este es el ámbito de la neuroética más afín a lo que conocemos como bioética, el cual se concentra en cuestiones que, aunque involucran a la neurociencia y al cerebro, no son fundamentalmente diferentes de aquellas que surgen en otros ámbitos de la investigación y la atención de la salud. Como ejemplo, la tomografía por emisión de positrones (pet) es capaz de revelar en individuos asintomáticos signos incipientes de la enfermedad de Alzheimer. Aunque por lo regular no se realiza este tipo de estudio en personas asintomáticas, existen casos en los que los científicos obtienen esta información por accidente en sujetos voluntarios saludables. También es posible imaginar casos en los que la posesión de este tipo de información sería útil para la persona afectada (a efectos de planificar su vida) o para otros (empresas de seguros médicos, por ejemplo). En este caso, las cuestiones éticas planteadas tienen que ver con privacidad, respeto por la confidencialidad y consideraciones sobre calidad de vida. ¿Qué hacer con esa información? ¿Debe ser revelada? ¿Cómo? Es evidente, sin embargo, que la cuestión sobre qué hacer con la obtención accidental de este tipo de información y cómo utilizarla de manera ética no es diferente de la planteada en relación con los avances de la genética, la cual ya ha sido discutida in extenso.3
Considérense también las cuestiones de consentimiento informado, balance entre riesgo y beneficio, diseño y revisión del protocolo que plantean las investigaciones sobre transplantes celulares y terapias de regeneración neuronal. Pese a que estas surgen en relación a un órgano diferente, el cerebro, en última instancia se tratan de la discusión de las normas éticas que deben tenerse en cuenta en toda investigación con sujetos humanos.
En un segundo nivel, la ética de la neurociencia se ocupa de las posibles consecuencias sociales y políticas de la ciencia que obviamente exceden los límites de la disciplina misma. Las ciencias que estudian el cerebro y las disciplinas que analizan el pensamiento y el comportamiento social, moral y político deben abordar de forma integral este tipo de reflexión. Si se descubriera, por dar un ejemplo, que todo comportamiento violento y agresivo está vinculado de manera directa con algún tipo de daño o trastorno cerebral, parecería razonable pensar que este conocimiento afectaría nuestra comprensión de la noción de responsabilidad personal y criminal, así también como nuestra concepción sobre el castigo. Algo similar ocurriría si fuéramos capaces de leer los cerebros y determinar por medio de neuroimágenes la veracidad de las afirmaciones de ciertas personas. Más allá de la cuestión ética sobre la invasión de la privacidad, en la medida en que la ciencia avance en el conocimiento del cerebro, seguramente dicho conocimiento tendrá consecuencias (buenas o malas) en el diseño de las estructuras sociales e incluso de las prácticas institucionales. Si en efecto pudiéramos leer cerebros, ¿deberíamos acaso dejar de juzgar a las personas por lo que dicen y hacen, y dedicarnos sólo a evaluar las áreas cerebrales involucradas en sus acciones?4 O, para utilizar otro ejemplo, si se pudiera determinar que la pobreza afecta en gran medida el desarrollo cognitivo de las personas, ¿impactaría tal conocimiento en la discusión sobre las responsabilidades sociales?5
Por otro lado, lo que Roskies llama “neurociencia de la ética”, a diferencia de su inversa, difiere de lo anterior en tanto que plantea preguntas filosóficas más sustantivas. Investiga conceptos éticos básicos como lo son el libre albedrío o los conceptos de persona, identidad personal e intencionalidad, en tanto que puedan ser abordados desde una perspectiva neurocientífica que se concentre en la activación de las regiones cerebrales relevantes. Esta neurociencia interesada en la ética intenta con relativo éxito investigar los correlatos neuronales de ciertos comportamientos, utilizando sobre todo neuroimágenes. En tanto lo hace, puede cuestionar lo que podríamos denominar la esencia metafísica y moral de las personas, mientras plantea la posibilidad de un auténtico cambio de paradigma respecto de cómo entender ciertas cuestiones filosóficas, e incluso tiene el potencial de producir un cambio radical de nuestras cosmovisiones.
Entre quienes hacen neuroética, existe consenso en que es este último aspecto el que separa a esta disciplina de otras éticas aplicadas, como la bioética, y le brinda una especie de personalidad propia. En términos generales podríamos decir que en este último sentido la neuroética se ocupa en particular de analizar a la neurociencia, porque sabe que una ciencia exitosa que toma como objeto de estudio al cerebro es capaz de tener consecuencias insospechadas en lo que determina el conocimiento de nosotros mismos y de nuestros congéneres.

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