miércoles, 31 de mayo de 2017

El CASO DE BIJANI Y LA NEUROETICA

 no los llamamos "gemelos siameses" en alusión a Chang y Eng, aquellos hermanos unidos congénitamente que el circo Barnum exhibía en el siglo XIX. Ahora los llamamos "gemelos unidos" y no los tratamos como rarezas circenses, sino como criaturas merecedoras de que se intente su separación quirúrgica. O, lo que es mucho más peligroso, como adultos que tienen derecho a arriesgar su vida en busca de la individualidad física.
En el siglo XIX, Chang y Eng no tuvieron tal opción. Pasaron la vida presentándose en espectáculos de segunda y a menudo los calificaron de "monstruos". No obstante, se las ingeniaron para engendrar veintidós hijos entre los dos. En nuestra época, dos hermanas iraníes, Laden y Laleh Bijani, de veintinueve años, graduadas en derecho, decidieron arriesgar sus vidas por la independencia física. Habían nacido con sus cerebros unidos. Encontraron un hospital en Singapur y una veintena de neurocirujanos dispuestos a llevar a cabo su decisión.
Cuando empezó esa operación sin precedentes para separar dos cerebros adultos, el mundo contuvo el aliento. La tentativa fracasó: las hermanas murieron desangradas. En todas partes, la gente se entristeció.
Pasemos ahora al mundo de la neuroética. Es el campo de la filosofía que discute lo bueno y lo malo en el tratamiento o mejoramiento del cerebro humano.
Estas pacientes, ¿eran capaces de tomar una decisión informada? Nadie discute su idoneidad mental para jugarse la vida por su esperanza de individualidad. Los médicos, y ni hablar de los periodistas que las entrevistaron antes de la operación, les advirtieron que tenían un 50 por ciento de probabilidades de morir. La mayoría de nosotros vacilaría en cuestionar su derecho a correr ese riesgo.
Cabe preguntarse si el equipo médico actuó conforme a la ética, si estaba dando prioridad a los intereses de las pacientes o lo hizo influido por la perspectiva humanitaria de avanzar en el conocimiento específico del cerebro o atraído por la fama mundial y el prestigio profesional que le depararía semejante logro.
Según los testimonios disponibles, los médicos pensaron que había una probabilidad de éxito razonable. Si a esto sumamos el anhelo de las hermanas de vivir libres de una conexión que les resultaba insoportable, la balanza parece inclinarse por la conclusión de que hicieron bien en operarlas, aunque la intervención pudiese terminar en tragedia, como sucedió.
No sólo los neurocirujanos, sino también otros investigadores del cerebro están meditando largamente acerca de la moralidad (si son buenas o malas) y la ética (si son justas o injustas) de las posibilidades que les abrirán progresos tales como la genómica, las técnicas de imágenes moleculares y los fármacos.
En lo referente al tratamiento o cura de las enfermedades o discapacidades cerebrales, la opinión pública tiende a apoyar la necesidad para la neurociencia de una experimentación informada y rigurosamente controlada. Pero cuando se trata de mejorar la capacidad del cerebro de aprender o recordar, estar alegre en casa o atento en la escuela, muchos científicos no se apresuran tanto a adoptar drogas manipuladoras del talante o correr una carrera insensata en pos del perfeccionamiento mental.

La química de la conciencia

El sentido ético del cerebro quizá sea mucho más profundo de lo que suponemos. "La esencia de la conducta ética no comienza con el hombre", escribe Antonio Damasio, especialista en neurociencia, en su libro más reciente, Looking for Spinoza ("Buscando a Spinoza"). Los cuervos y los vampiros "pueden detectar, y castigar, a los tramposos entre los recolectores de alimentos de su grupo". Si bien el altruismo humano es mucho más avanzado, en un experimento "unos monos se abstuvieron de tirar de una cadena que les proporcionaría comida si con ello hacían que otro mono recibiera una descarga eléctrica".
Damasio no cree que haya un gen para la conducta ética, ni que tengamos probabilidades de hallar un centro de la moral en el cerebro. Pero tal vez algún día comprendamos los "dispositivos naturales y automáticos de la homeostasis", es decir, el sistema cerebral que equilibra los apetitos y controla las emociones, así como una constitución y un sistema de leyes regulan y gobiernan una nación.
La triste pérdida de las gemelas Bijani debería recordarnos algo más que los riesgos inherentes a la neurocirugía de punta.
Algo misterioso está pasando en la mente de los investigadores del cerebro, mientras debaten si irán más allá de la cura de enfermedades y encararán las posibilidades de inmiscuirse en la memoria o implantar un comportamiento alegre. ¿Qué los impulsa a abordar los aspectos éticos de la manipulación o ecualización de las facultades mentales?
Quizás, el cerebro humano tenga un mecanismo defensivo que los haga vacilar antes de lanzarse a mejorar un cerebro sano. Descubrir la química de la conciencia, ¿nos haría sentir culpables?
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)

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