En
la literatura científica y de divulgación ha aparecido recientemente un número
no despreciable de neologismos neurológicos, tales como neuroeconomía,
neuromarketing o neuroética. Ante la profusión de estos vocablos, es legítimo
preguntarse si se trata sólo de términos a la moda, inventados de manera
oportunista y sin mayor contenido, o si estos términos son realmente un intento
honesto de definir nuevos campos en las neurociencias. No pretendemos en esta
editorial comentar sobre la pertinencia de todos estos términos, sino que nos
concentraremos en el concepto de neuroética y en la
implicancia que esta disciplina tiene en el campo profesional de neurólogos y
psiquiatras. Expondremos brevemente por qué esta disciplina es necesaria y
hablaremos de dos aspectos de la neuroética particularmente interesantes para
el desempeño diario de los especialistas clínicos de las enfermedades del
sistema nervioso central.
Nacimiento
de la neuroética
A diferencia de lo
sucedido con la investigación en genética humana, hasta hace poco no existía un
debate sobre la implicaciones éticas de las neurociencias1. Según
Judy Illes, el término "neuroética" nace en 19892. En
2002, se realizó el primer simposio sobre neuroética "Neuroethics:
Mapping the Field" bajo el alero de la fundación Dana3. No
existe en la actualidad una definición de consenso sobre esta disciplina. En un
sentido amplio, la neuroética concierne las implicaciones sociales, legales y
éticas de las neurociencias y los problemas éticos de la investigación en
neurociencias4. Gazzaniga, en su libro Ethical Brain,
propone una definición que constituye una buena síntesis del campo de la neuroética:"el
análisis de cómo queremos enfrentar los aspectos sociales de la enfermedad, la
normalidad, la mortalidad, el estilo de vida y la filosofía de vida informados por
nuestra comprensión de los mecanismos cerebrales subyacentes". En
resumen, "es -o debería ser- un esfuerzo por elaborar una filosofía de
vida basada en el cerebro"5.
La
neuroética: ¿moda pasajera o necesidad fundamental?
Las investigaciones
actuales en neurociencias nos están permitiendo comprender, entre muchas cosas,
las bases neurobiológicas de la conciencia, de los comportamientos sociales, de
la moralidad, de la toma de decisiones y de las principales enfermedades
psiquiátricas6-10.
Gracias a estos
avances, hoy es posible decir sin temor a equivocarse que el dualismo
cartesiano cuerpo/mente carece de asidero científico. Cabe mencionar que el
mismo Descartes, en su texto "l'Homme", que el filósofo prefirió no
publicar por temor a la inquisición, escribió: "Los hombres estarán
compuestos [...] de un Alma y de un Cuerpo; y debo describirles primero el
cuerpo separadamente, y después el alma separadamente; y, finalmente,
mostrarles cómo estas dos Naturalezas deben ser juntadas y
unidas para componer hombres que se nos asemejen" (citado por Changeux y
Ricoeur (2006) pág 49)11. Aún más, al finalizar "L'Homme",
Descartes precisa "que no debe concebirse [...] en esta Máquina [...]
ningún otro principio de movimiento y vida sino su sangre y espíritu agitados
por el calor del fuego que arde continuamente, en su corazón, que no es de otra
Naturaleza que la de todos los fuegos que están en los Cuerpos Inanimados"
(citado por Changeux y Ricoeur (2006) pág 51)11.
La principal razón
que explica la persistencia del dualismo cuerpo/mente es probablemente un
problema de lenguaje, como señalan el filósofo Paul Ricoeur y el connotado
neurocientífico Jean-Pierre Changeux en su famoso diálogo "Ce qui nous
fair penser. La Nature et la Régle", cuando hablan de la existencia de un
discurso de lo psíquico y de un discurso neuronal y de la necesidad de un
tercer discurso, que forje y utilice un lenguaje común que ponga en
correspondencia los objetos mentales del mundo interno, los objetos del mundo
exterior y la actividad neuronal, es decir, un discurso que considere los
elementos psicológicos como elementos físicos. Jean-Pierre Changeux, cuando
afirma que "el pensamiento no puede pensarse sin el cerebro", nos
ilustra cuan íntimamente imbricados están la mente y el cerebro11 (pág
66).
De este modo, las
neurociencias nos permiten comprender los fundamentos de lo que somos, de
nuestra esencia, y sus avances tienen importantes consecuencias sobre la manera
en que nos pensamos como personas, agentes morales y seres espirituales1.
Por otro lado, los
conocimientos que nos dan las neurociencias tienen consecuencias prácticas en
diversos ámbitos que van más allá de esta disciplina. Los avances en los
métodos de investigación en neuroimagen, por ejemplo, permiten monitorear el
funcionamiento del cerebro, vulnerando la privacidad de la mente, y podrían
permitir juzgar a una persona no sólo por sus acciones, sino también en función
de sus pensamientos2. De manera similar, los avances en
neuropsicofarmacología pueden ser usados para manipular diferentes estados
mentales del ser humano, tales como el estado de ánimo y ciertas habilidades
cognitivas.
La nueva concepción
del ser humano que las neurociencias favorecen y el poder que los conocimientos
y técnicas de las neurociencias nos dan para examinar y modificar el
comportamiento humano muestra claramente que el surgimiento de la neuroética
como nueva disciplina constituye una necesidad fundamental.
Pero ¿por qué elegir
un nuevo término para hablar de las relaciones entre neurociencia y ética? A mi
entender, la repuesta a esta interrogante puede encontrarse en la siguiente
reflexión de Amos Oz sobre la incorporación de nuevos vocablos o palabras
extranjeras a las lenguas: "sabemos usted y yo que el secreto de la
vitalidad de las lenguas vivas reside en su capacidad de asimilar prácticamente
todas las palabras y conceptos con los que se encuentran.
La
problemática de la neuroética
Los problemas de la
neuroética pueden ser divididos en dos categorías:
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Los problemas relacionados con los
avances técnicos de las neurociencias, tales como las implicancias del
desarrollo de las neuroimagenes funcionales, de la psicofarmacología, de los
implantes cerebrales y de la interfase cerebro-máquina.
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Los problemas filosóficos derivados
del entendimiento de las bases neurobiologías de la conciencia, la
personalidad y la conducta.
|
A modo de ejemplo, me
referiré muy brevemente a dos problemas de la neuroética que tienen particular
importancia en nuestra profesión: i) el uso de fármacos para optimizar el
funcionamiento cognitivo ("cognitive enhancers") en sujetos sanos sin
lesiones cerebrales y ii) las implicancias de las neurociencias en la medicina
legal.
En los últimos años,
la farmacopea psicofarmacológica se ha incrementado con fármacos destinados al
tratamiento de los trastornos cognitivos, en particular los trastornos
atencionales y de memoria. Estudios en sujetos sanos han mostrado que estos
tienen efectos en las capacidades cognitivas. Por ejemplo, el metilfenidato
impacta positivamente sobre las capacidades atencionales y ejecutivas. Existe
también un importante desarrollo de fármacos con el objetivo de mejorar las
capacidades mnésicas. Si bien estos fármacos están destinados principalmente al
tratamiento de sujetos con trastornos de memoria, es altamente probable que
algunos de los productos en desarrollo incrementen las capacidades mnésicas de
sujetos sanos. Por ejemplo, la amapakina, que potencia los mecanismos de LTP
(Long Term Potentiation), mejora los rendimientos en tests de memoria de
sujetos sanos. Según Marta Farah, el uso de estos fármacos en sujetos sanos
conlleva tres problemas éticos fundamentales:
Razones de salud: desconocemos los efectos adversos
de esos fármacos en sujetos sanos y, en particular, las consecuencias de su uso
a largo plazo.
Las consecuencias sociales de estas moléculas: son varias las preguntas que surgen ante la
posibilidad de uso de esos fármacos: ¿Cómo puede el uso de estos fármacos
afectar las relaciones sociales? ¿En qué situación quedarán los individuos que
prefieren no consumir esos fármacos en relación con los que sí los consumen?
Por ejemplo, la libertad de no consumirlos ciertamente puede estar amenazada en
sociedades altamente competitivas, en las que se juzga a los sujetos
primordialmente por su desempeño intelectual. Para comprender los alcances de
esta interrogante baste recordar la polémica existente en el deporte de alta
competición respecto del uso indebido de diferentes sustancias para mejorar el
rendimiento de los deportistas. Adicionalmente, la disponibilidad de estos
fármacos amplificará las inequidades sociales, puesto que las personas de altos
ingresos podrán acceder más fácilmente a ellos que los de bajos ingresos.
Razones de índole filosófica: El
uso de estos fármacos cuestiona, entre otros, nuestros conceptos de esfuerzo
personal, capacidad de superación, autonomía e incluso del valor de las
personas comparado al valor de las cosas. ¿Hacemos trampa si mejoramos nuestro
rendimiento laboral con el uso de psicoestimulantes? ¿Estamos tratando a las
personas como objetos si tratamos de mejorar con fármacos sus capacidades
cognitivas o su personalidad?
Ciertamente, el
debate sobre las consecuencias de los fármacos procognitivos sobrepasa el campo
de nuestras especialidades, pero como prescriptores de estas sustancias y
conocedores de sus efectos benéficos y adversos, es nuestro deber intervenir en
este debate.
Por otro lado, los
avances en la comprensión de las bases neurobiológicas de las conductas
sociales, de la moralidad y toma de decisión tienen implicancias en nuestra
concepción de la responsabilidad e imputabilidad. Recientemente, la Corte
Suprema de Estados Unidos determinó que un adolescente podía ser condenado a
muerte por un crimen, puesto que el estado de maduración cerebral de los
adolescentes los hace plenamente responsable de sus actos.
Diferentes estudios han mostrado que criminales y psicópatas presentan
rendimientos menores a los de controles sanos en evaluaciones
neuropsiquiátricas14,15. ¿Son, por lo tanto, los criminales
imputables de sus actos? ¿Tendrán los avances en neurociencias algún impacto en
nuestro sistema legal? En repuesta a estas interrogantes, Greene y Cohen
sugieren que las neurociencias, al cambiar nuestra comprensión de la noción de
libre albedrío y responsabilidad, tendrán probablemente un efecto transformador
en las leyes. Más aún, según estos autores, es necesaria una interpretación
alternativa de la responsabilidad no exclusivamente basada en el libre albedrío
y el desarrollo de un sistema legal que no se limite a castigar los malos
comportamientos, sino también que promueva los buenos comportamientos y proteja
a los ciudadanos16.
El texto precedente
tan sólo pretende ser una reflexión breve y probablemente sesgada sobre la
neuroética. Es ante todo un intento de explicar por qué la neuroética es
importante para SONEPSYN y por qué, en vista de los avances en neurociencias,
debemos asumir un mayor rol público e intervenir en diversos debates nacionales
en los cuales podemos contribuir como especialistas de las enfermedades del
sistema nervioso.
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